Lo
primero que hay que saber sobre el modo de desempeñarse es si uno es un lector
o un oyente. No obstante, muy pocas personas saben siquiera que hay lectores y
hay oyentes, y que muy poca gente es ambas cosas. Aún menos son los que saben
que son ellos mismos. Pero algunos ejemplos mostrarán cuán perjudicial es ese
desconocimiento.
Cuando era
comandante en jefe de las Fuerzas aliadas en Europa, el general Dwight (Ike)
Eisenhower era el favorito del periodismo y la concurrencia a una de sus
conferencias de prensa se consideraba un raro deleite. Estas conferencias eran
famosas por su estilo, por el dominio total que Eisenhower exhibía sobre
cualquier pregunta que se le hiciera y, también, por su habilidad para
describir una situación o explicar un curso de acción en dos o tres frases
bellamente pulidas y elegantes. Diez años después, el presidente Eisenhower
suscitó un franco desdén en los mismos periodistas que diez años antes habían
sido sus admiradores. Lo consideraban un
bifón. Se quejaban de que nunca abordaba siquiera la pregunta planteada sino
que divagaba incesantemente alrededor de cualquier otra cosa. Y se lo
ridiculizaba constantemente por masacrar el inglés aceptado en sus respuestas
incoherentes y nada gramaticales. No obstante, Eisenhower debía su brillante
carrera, en gran medida, a un virtuoso desempeño como escritor de los discursos
del general MacArthur, uno de los estilistas más exigentes de la vida pública
estadounidense.
La explicación:
al parecer, Eisenhower no sabía que era un LECTOR y NO un OYENTE. Cuando era
comandante en jefe en Europa, sus asistentes se aseguraban de que todas las
preguntas de la prensa se le entregaran por escrito por lo menos media hora antes
del comienzo de la conferencia. Y entonces Eisenhower gozaba de un dominio
pleno de la situación. Cuando llegó a la presidencia, sucedió a dos oyentes,
Franklin D. Roosevelt y Harry Truman. Ambos sabían que lo eran y disfrutaban de
las conferencias de prensa alborotadas. Roosevelt sabía hasta tal punto que era
un oyente que insistía en que se le leyera todo en voz alta, y sólo después
echaba un vistazo a lo escrito. Y cuando Truman, una vez convertido en
presidente, comprendió que necesitaba estudiar los asuntos exteriores y
militares, temas que antes nunca le habían interesado demasiado, dispuso que
los dos miembros más capaces de su gabinete, el general Marshall y Dean
Acheson, le dieran una clase diaria en la que hacían una presentación oral de
cuarenta minutos, luego de la cual el presidente formulaba preguntas. Eisenhower,
aparentemente, sintió que tenía que hacer lo mismo que sus dos famosos
predecesores. Como resultado, nunca escuchaba siquiera la pregunta que le
hacían los periodistas. Con todo, no se trataba de un caso extremo de no
oyente.
Algunos años
más tarde, Lyndon Johnson destruyó su presidencia, en gran parte por ignorar
que, a diferencia de Eisenhower, era un oyente. Su antecesor, John Kennedy, que
se sabía lector, había designado como asesores a un brillante grupo de
escritores, entre ellos el historiador Arthur Schlesinger, Jr, y Bill Moyers,
un periodista de primera categoría. Kennedy se aseguraba de que le escribieran
unos memos antes de discutir los asuntos en persona. Johnson mantuvo a estas
personas en su plana mayor, y ellos siguieron escribiendo. Al parecer, nunca
entendió una sola palabra de lo que escribían. Sin embargo, sólo cuatro años
antes, como senador, Johnson había sido excelente; puesto que los
parlamentarios tienen que ser, sobre todo, oyentes.
Hace
apenas un siglo, muy pocas personas, incluso en el país más altamente
desarrollado, sabían si eran derechas o zurdas. Los zurdos eran corregidos. En
realidad, pocos llegaban a ser derechos competentes. La mayoría terminaba
siendo incompetentes con ambas manos y sufría graves perjuicios emocionales
como el tartamudeo.
Pero
sólo uno de cada diez seres humanos es zurdo. La proporción entre oyentes y
lectores, en cambio, parece estar cerca de cincuenta y cincuenta. No obstante,
así como pocos zurdos llegan a ser derechos competentes, pocos oyentes pueden
ser convertidos, o convertirse, en lectores competentes, y a la inversa.
El
oyente que trate de ser un lector sufrirá, en consecuencia, el destino de
Lyndon Johnson. En tanto quien intente de hacer lo contrario padecerá el de
Dwight Eisenhower. No se desempeñaran bien ni alcanzarán el éxito.
Desafíos de la
gerencia en el siglo XXI - Peter Drucker – Año 1.999.
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