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miércoles, 14 de mayo de 2014

Lector u Oyente?

Lo primero que hay que saber sobre el modo de desempeñarse es si uno es un lector o un oyente. No obstante, muy pocas personas saben siquiera que hay lectores y hay oyentes, y que muy poca gente es ambas cosas. Aún menos son los que saben que son ellos mismos. Pero algunos ejemplos mostrarán cuán perjudicial es ese desconocimiento.

Cuando era comandante en jefe de las Fuerzas aliadas en Europa, el general Dwight (Ike) Eisenhower era el favorito del periodismo y la concurrencia a una de sus conferencias de prensa se consideraba un raro deleite. Estas conferencias eran famosas por su estilo, por el dominio total que Eisenhower exhibía sobre cualquier pregunta que se le hiciera y, también, por su habilidad para describir una situación o explicar un curso de acción en dos o tres frases bellamente pulidas y elegantes. Diez años después, el presidente Eisenhower suscitó un franco desdén en los mismos periodistas que diez años antes habían sido sus admiradores.  Lo consideraban un bifón. Se quejaban de que nunca abordaba siquiera la pregunta planteada sino que divagaba incesantemente alrededor de cualquier otra cosa. Y se lo ridiculizaba constantemente por masacrar el inglés aceptado en sus respuestas incoherentes y nada gramaticales. No obstante, Eisenhower debía su brillante carrera, en gran medida, a un virtuoso desempeño como escritor de los discursos del general MacArthur, uno de los estilistas más exigentes de la vida pública estadounidense.

La explicación: al parecer, Eisenhower no sabía que era un LECTOR y NO un OYENTE. Cuando era comandante en jefe en Europa, sus asistentes se aseguraban de que todas las preguntas de la prensa se le entregaran por escrito por lo menos media hora antes del comienzo de la conferencia. Y entonces Eisenhower gozaba de un dominio pleno de la situación. Cuando llegó a la presidencia, sucedió a dos oyentes, Franklin D. Roosevelt y Harry Truman. Ambos sabían que lo eran y disfrutaban de las conferencias de prensa alborotadas. Roosevelt sabía hasta tal punto que era un oyente que insistía en que se le leyera todo en voz alta, y sólo después echaba un vistazo a lo escrito. Y cuando Truman, una vez convertido en presidente, comprendió que necesitaba estudiar los asuntos exteriores y militares, temas que antes nunca le habían interesado demasiado, dispuso que los dos miembros más capaces de su gabinete, el general Marshall y Dean Acheson, le dieran una clase diaria en la que hacían una presentación oral de cuarenta minutos, luego de la cual el presidente formulaba preguntas. Eisenhower, aparentemente, sintió que tenía que hacer lo mismo que sus dos famosos predecesores. Como resultado, nunca escuchaba siquiera la pregunta que le hacían los periodistas. Con todo, no se trataba de un caso extremo de no oyente.

Algunos años más tarde, Lyndon Johnson destruyó su presidencia, en gran parte por ignorar que, a diferencia de Eisenhower, era un oyente. Su antecesor, John Kennedy, que se sabía lector, había designado como asesores a un brillante grupo de escritores, entre ellos el historiador Arthur Schlesinger, Jr, y Bill Moyers, un periodista de primera categoría. Kennedy se aseguraba de que le escribieran unos memos antes de discutir los asuntos en persona. Johnson mantuvo a estas personas en su plana mayor, y ellos siguieron escribiendo. Al parecer, nunca entendió una sola palabra de lo que escribían. Sin embargo, sólo cuatro años antes, como senador, Johnson había sido excelente; puesto que los parlamentarios tienen que ser, sobre todo, oyentes.

Hace apenas un siglo, muy pocas personas, incluso en el país más altamente desarrollado, sabían si eran derechas o zurdas. Los zurdos eran corregidos. En realidad, pocos llegaban a ser derechos competentes. La mayoría terminaba siendo incompetentes con ambas manos y sufría graves perjuicios emocionales como el tartamudeo.

Pero sólo uno de cada diez seres humanos es zurdo. La proporción entre oyentes y lectores, en cambio, parece estar cerca de cincuenta y cincuenta. No obstante, así como pocos zurdos llegan a ser derechos competentes, pocos oyentes pueden ser convertidos, o convertirse, en lectores competentes, y a la inversa.


El oyente que trate de ser un lector sufrirá, en consecuencia, el destino de Lyndon Johnson. En tanto quien intente de hacer lo contrario padecerá el de Dwight Eisenhower. No se desempeñaran bien ni alcanzarán el éxito.

Desafíos de la gerencia en el siglo XXI - Peter Drucker – Año 1.999.

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