Lo
segundo que hay que saber sobre la forma en que nos desempeñamos es cómo
aprendemos. Aquí, las cosas pueden ser peores que en el caso de los lectores y
los oyentes. Puesto que en todas partes las escuelas se organizan con el
supuesto de que hay una única manera correcta de aprender, la misma para todo
el mundo.
Muchos
escritores de primer nivel, Winston Churchill es uno de tantos ejemplos,
tuvieron un pobre desempeño en la escuela; y suelen recordar ese período como
una pura tortura. No obstante, pocos de sus compañeros de clase tienen el mismo
recuerdo de la misma escuela y los mismos maestros; tal vez no disfrutaron
demasiado, pero lo máximo que les pasó fue aburrirse. La explicación es que,
por regla general, los escritores de primera categoría no aprenden escuchando y
leyendo. Aprenden escribiendo. Como no es ésa la forma en que la escuela les
permite aprender, tienen malas notas. Y verse obligados a ajustarse al modo de
enseñanza de la escuela es para ellos un infierno y puro sadismo.
Aquí tenemos
algunos ejemplos sobre las diferentes maneras de aprender.
Beethoven dejó
una enorme cantidad de borradores. No obstante, él mismo dijo que nunca los
miraba cuando componía. Cuando le preguntaron: ¨Entonces, ¿para qué los
escribe?, se dice que contestó: ¨Si no lo escribo de inmediato, lo olvido en el
acto. Si lo anoto en un cuaderno, nunca lo olvido aunque nunca vuelva a
mirarlo¨.
Alfred Sloan,
el hombre que llevó a General Motors a ser la compañía manufacturera más grande
y, durante sesenta años, más exitosa del mundo, realizaba la mayoría de sus
tareas directivas en pequeñas y vivaces reuniones. Apenas terminado el
encuentro, se encerraba en su oficina y pasaba varias horas componiendo una
carta dirigida a uno de los participantes, en la que ponía de relieve las
cuestiones clave discutidas en la reunión, los temas planteados, las decisiones
tomadas y los problemas descubiertos pero no resueltos. Cuando se lo felicitó
por estas carta, se dice que contestó: ¨Si inmediatamente después de la reunión
no me siento a pensar en detalle de qué se trató y luego lo pongo por escrito,
a las 24 horas me olvido de todo. Por eso las escribo¨.
Un director
ejecutivo que en los años cincuenta y sesenta convirtió una pequeña y mediocre
empresa familiar en la principal compañía del mundo en el rubro, tenía la
costumbre de convocar a todos los miembros de su plana mayor, por lo común una
vez por semana, los hacía sentarse en semicírculo alrededor de su escritorio y
luego les hablaba durante dos o tres horas. En muy contadas ocasiones les pedía
que hicieran comentarios o preguntas. Discutía consigo mismo. Planteaba la
posibilidad de efectuar un movimiento político, por ejemplo adquirir una
pequeña y declinante compañía de la industria que, sin embargo, tenía alguna
tecnología especial. Siempre asumía tres posturas diferentes en cada una de
estas cuestiones: una a favor del curso de acción; otra en contra y la tercera
sobre las condiciones en que podría tener sentido encararlo. Necesitaba un
público para escucharse hablar. Así era cómo aprendría. Y una vez más, si bien
se trata de un caso bastante extremo, no era en modo alguno insólito. Los
abogados litigantes exitosos aprenden de la misma forma; y pasa otro tanto con
muchos médicos expertos en diagnósticos.
Probablemente
haya media docena de formas diferentes de aprender. Hay personas que aprenden
tomando abundantes notas, como la hacía Beethoven. Pero Alfred Sloan nunca tomó
una sola nota en una reunión, y tampoco el director ejecutivo recién
mencionado. Hay personas que aprenden mientras se escuchan hablar. Otras que
aprenden por escrito. Otras que lo hacen en la acción. Y en una encuesta
(informal) que hice una vez con profesores de universidades estadounidenses que
publican con éxito libros académicos de amplia difusión, me dijeron una y otra
vez: ¨La razón por la que enseño es que así me escucho a mí mismo, y después
puedo escribir¨.
En
realidad, de todos los aspectos importantes del autoconocimiento, éste es uno
de los más fáciles de adquirir. Cuando le pregunto a la gente ¨¿Usted cómo
aprende?, la mayoría lo sabe. Pero cuando les pregunto: ¨¿Actúan en base a ese
conocimiento?, muchos lo ignoran,. No obstante, actuar en base a él es la clave
de un buen desempeño o, mejor, no actuar en base a él es condenarse a un mal
desempeño.
¨¿Cómo
me desempeño?¨y ¨¿Cómo aprendo?¨son las preguntas más importantes. Pero de
ninguna manera las únicas. Para administrarse a sí mismo, es preciso
preguntarse: ¨¿Trabajo bien con otras personas o soy un solitario?¨Y si
comprueba que trabaja bien en compañía, uno tiene que preguntarse: ¨¿En qué
relación trabajo bien con los otros?¨.
Algunas
personas trabajan mejor como subordinadas.
El máximo
ejemplo es el gran héroe militar estadounidense de la Segunda guerra Mundial,
el General George Patton. Era el primer Comandante de las tropas
estadounidenses. No obstante, cuando se lo propuso para un mando independiente,
el general George Marshall, Jefe del estado Mayor y probablemente el más
exitoso seleccionador de hombres de la historia de los Estados unidos, dijo lo
siguiente: ¨Patton es el mejor subordinado jamás producido por el Ejército de
Estados Unidos, pero sería el peor Comandante¨.
Algunas
personas trabajan mejor como miembros de un equipo. Otras, como asesoras.
Algunas trabajan extraordinariamente bien como entrenadores y mentores, y otras
son sencillamente incompetentes para estas tareas.
Otra
cosa importante que hay que saber sobre la forma en que uno se desempeña es si
lo hace bien en una situación de estrés o necesita un ambiente muy estructurado
y previsible. Otro rasgo: ¿Trabaja mejor como pequeña pieza de una gran
organización o en una de tamaño reducido?. Pocos lo hacen bien en ambas
situaciones. Una y otra vez, personas que fueron muy exitosas en una vasta
organización, por ejemplo General Electric o el Citibank, tropiezan penosamente
cuando pasan a una pequeña. Y una y otra vez, personas que se desempeñan
brillantemente en una organización pequeña fracasan estruendosamente cuando se
emplean en una grande.
Otra
pregunta crucial: ¨ ¿Produzco resultados como decisor o como asesor?¨. Gran
cantidad de gente alcanza su mejor desempeño como asesores, pero no pueden
asumir el peso y la presión de la decisión. Otros, en cambio, necesitan que un
asesor los fuerce a pensar; pero luego pueden tomar la decisión y actuar en
consecuencia con rapidez, autoconfianza y coraje.
De paso, ésta
es una razón por la que el número dos de una organización a menudo fracasa
cuando asciende al cargo máximo. Éste requiere un tomador de decisiones. Los
decisores fuertes que ocupan ese puesto a menudo ponen a alguien en quien
confían en el cargo número dos para que los asesore, y en él la persona en
cuestión tiene una actuación sobresaliente. Pero cuando se convierte en el
número uno, fracase. Sabe cuál debe ser la decisión, pero no puede asumir la
responsabilidad de tomarla.
La
conclusión para la acción: una vez más, no trate de cambiarse a sí mismo, ya
que tendrá pocas probabilidades de éxito. Pero trabaje, y mucho, para mejorar
su desempeño. Y trate de no hacer ningún trabajo de la manera en que no rinde o
lo hace escasamente.
Desafíos de la
gerencia en el siglo XXI - Peter Drucker – Año 1.999.
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